Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
(S. Lucas 10:17-20 RVR1960)
Jesús había enviado a 70 discípulos a predicar las buenas nuevas de salvación. Y ahora ellos están llegando con noticias sobre la labor realizada. Ellos están diciendo que en el nombre de Jesús aún los demonios se les sujetaban. Jesús les dice que en efecto Él les había dado potestad para hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y que nada les haría daño. Es tremendo saber que, Jesús nos ha dado potestad para quitar el veneno que el enemigo ha introducido en la carne de la humanidad y que aún él, con toda su fuerza, no puede contra los que ya hemos sido limpiados y restaurados en el nombre del Señor Jesucristo.
Estos versículos me hacen reflexionar que, a veces estamos tan emocionados con las cosas que hace Dios a través de nosotros, que se nos olvida lo que hizo Él en nosotros. Jesús nos lo deja saber cuando les habló diciendo: “Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.” (S. Lucas 10:20 RVR1960)
Creo que en ocasiones el orgullo puede alterar nuestro entendimiento y restarle importancia a lo que Dios hizo primero por nosotros, para entonces hacer Él cosas a través de nosotros.
Cuidemos nuestro orgullo y seamos humildes, reconociendo que sin Jesús nada podemos hacer. A veces dependemos de las situaciones que ocurren para emocionarnos como esos 70 discípulos, pero deberíamos estar emocionados y alegres, porque Jesús nos resucitó junto con Él y hoy nuestros nombres están escritos en los cielos.
Que la paz de Dios esté contigo y si aún no lo haz hecho, pídele que escriba tu nombre en el libro de la vida. Lo único que tienes que hacer es reconocerlo como tú único y exclusivo Salvador. Te prometo que Él hará el resto. Y así como sus discípulos también tendrás potestad de sanar y nada te hará daño. Pero nunca olvides que primero te sanaron y restauraron a ti.
¡Dios te bendiga!
Con amor,
A.Lamboy
