“Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar cualquier tipo de problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse.”
Santiago 1: 2-4
En mi reflexión anterior hablé acerca de las crisis y como Dios era la herramienta más útil y efectiva para salir más fuertes y fortalecidos de ella. En esa ocasión definimos la crisis como un desequilibrio o desbalance de lo que conocemos como normal en nuestra vida. Ese evento que ocurre nos hace pensar o reconocer que no tenemos las herramientas para enfrentarlo y nuestra razón y emociones también se desequilibran. Y dije en aquella ocasión que el ser humano es un sistema compuesto por elementos como pensamientos, emociones, conducta, relaciones interpersonales, cuerpo y espíritu. También, les exhorté a procurar desarrollar el elemento espiritual que a veces olvidamos. Y les indiqué que Dios pone a personas o nos dirige a buscar personas para ayudarnos en medio de las crisis y que a veces como Moisés somos nosotros los llamados para ser quienes ayudemos a otros dentro de las crisis.
Lo que no les dije en aquel momento es que nosotros los que creemos en Dios como nuestro Padre y en Jesucristo como nuestro Salvador, incluso aquellos que predicamos la palabra de Dios, no estamos exentos de pasar por las crisis. Hay veces que la gente piensa que quienes predican tienen la vida resuelta y no es así cuando hablamos de dificultades o experiencias difíciles en la vida. No estamos exentos de problemas, pero sí nuestro refugio es Jesús. Jesús venció al mundo, y con su ayuda vencemos cada situación que se nos presenta.
Hoy les digo que hace unos meses atrás me diagnosticaron esclerosis múltiple. Básicamente, mi sistema inmunológico quien se encarga de evitar o atacar las enfermedades está muy agresivo y está atacando todo. O sea que mi cuerpo se está auto-atacando y por ende auto-destruyendo. Pues hermanos cuando yo les prediqué sobre la crisis yo conocía mi diagnóstico y había pasado de lo normal a una nueva normalidad. He tenido que someterme a pruebas, aprender a inyectarme medicamentos que no funcionaron, ir a un centro de infusiones, cambiar mi alimentación, cambiar mi estilo de vida de sedentario a uno activo, en fin, lo que es normal para mí hoy no lo era ayer. Pero gracias al Espíritu Santo, a mi señor Jesucristo y a mi Padre, he podido estar tranquilo dentro de la tormenta, porque yo sé a quién le creo y en quién confío.
Puedo confesarles que aún siendo psicólogo y mi esposa siendo doctora en medicina, al escuchar mi diagnóstico, no nos dio alegría, pero tampoco nos dio tristeza, angustia o depresión. Yo confieso que me preocupé por mi esposa, mi hija y mi familia, pero rápidamente recordé que cuando Dios permite algo en nuestra vida, es para nuestro beneficio y no para nuestro mal. “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos.”
(Romanos 8:28 NTV)
Además, es en las pruebas que podemos demostrarle a Dios nuestra confianza en Él. “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento.” (Proverbios 3:5 NTV)
A veces nuestra propia inteligencia nos hunde en un desconsuelo y desánimo, porque no nos permite ver más allá de los problemas que están ocurriendo a nuestro alrededor. En ocasiones estamos tan acostumbrados a resolver todo con nuestro conocimiento y habilidades que cuando no lo podemos hacer, olvidamos que hay alguien que nos ama y lo puede todo. Entonces ahí se prueba si confiamos o no confiamos en quien decimos creer.
Entonces se preguntarán ¿cómo puedo hoy dar una reflexión de esperanza si mi cuerpo se está auto-destruyendo?
Mi respuesta a esa pregunta es que yo le creo a Dios y a su Palabra. Es ella junto al Espíritu Santo quien me guía y enseña lo que debo decir, lo que debo hacer y lo que debo esperar. El Espíritu Santo está vivo dentro de mí. Y por eso como escribió David:
“Jehová es mi pastor;
nada me faltará.
En lugares de delicados pastos
me hará descansar;
Junto a aguas de reposo
me pastoreará.
Confortará mi alma;
Me guiará por sendas de justicia
por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra
de muerte,
No temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí
en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
Y en la casa de Jehová
moraré por largos días.”
(Salmos 23:1-6 RVR1960)
Cuando conocemos a nuestro Padre y a nuestro salvador Jesucristo y les damos entrada a nuestra vida, también le damos entrada al Espíritu Santo, quien es nuestro consolador. Por lo tanto, aún en medio de la tormenta Jesús teniendo el poder para parar los vientos lo hará, y nos enseñará a vivir confiados, reconociendo que aun en la muerte en Él tendremos la victoria.
En Jesús yo tengo la victoria y el premio mayor, la corona de vida.
Para lograr esa corona de vida necesitamos ser sabios no en nuestra propia inteligencia, que a veces no nos deja confiar, sino ser sabios en la palabra de Dios. “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:8-9 RVR1960)
Si leemos, aprendemos, confiamos y hacemos conforme a la palabra de Dios, todo saldrá bien, porque Dios estará con nosotros donde quiera que vayamos.
Por esta razón, debemos leer y estudiar su palabra cada día y buscar su sabiduría.”Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.” (Santiago 1:4-7 RVR1960)
La sabiduría viene de escuchar y meditar en la palabra de Dios y probamos ser sabios cuando además de conocer su palabra, caminamos conforme a ella. Mientras hablaba con mi esposa, reflexionando sobre este mensaje, di este ejemplo de cómo ser y demostrar ser sabio. Le dije: Carolina, tú eres conocedora de la medicina, porque estudiaste medicina, pero como único puedes demostrar que conoces medicina es enseñando y practicando medicina. Un paciente va a tu oficina, le haces un diagnóstico, le das medicamentos y le sanas. Es probable que el paciente salga satisfecho y reconozca que eres sabio en tu área de trabajo. Pues ¿cómo podemos ser sabios en la Palabra? Podemos ser sabios en la Palabra cuando la estudiamos. Y cómo demostramos ser sabios en ella cuando la practicamos. Eso logrará que tengas la identidad de un hijo de Dios. La confianza en Dios nos hace ser como niños que confían en el amor de su padre. Y recordemos que hay que ser como niños para entrar en el reino de los cielos. Además de tener confianza debemos ser inocentes como los niños.
A veces le echamos la culpa a Dios por nuestros problemas pero la verdad es que Él siempre ha sido y será la solución. Tenemos que recordar que aunque vivimos en un mundo que se quiere alejar de Dios y aun Él estando tan cerca lo quieren evadir o salir de su presencia, nosotros estamos aquí para invitarlo.
Poco a poco el ser humano ha destruido la tierra, el agua, el aire y todo aquello que nos hace subsistir para tener más “comodidad”. Además, su conducta en muchas ocasiones es una maladaptativa, llevando a su propio cuerpo a la auto-destrucción.
En otras palabras no podemos echarle la culpa a Dios de lo malo que nos pasa.
Dios todo lo ha hecho bueno, nosotros de nuestra propia malicia hemos manchado lo bueno. Y hoy día a lo malo se le dice bueno y a lo bueno malo. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20 RVR1960)
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.”
(Santiago 1:21 RVR1960)
Hermanos, yo hoy no estoy alegre por mi condición de salud, yo estoy alegre por quien está conmigo en medio de mi enfermedad. Jesús siempre ha estado conmigo y hoy yo lo siento más cerca. Y sé que Él tiene el control. Creo que es prudente buscar la verdad, porque la verdad nos hará libres. Y la Palabra de Dios es verdadera. Jesús es verdadero, el Espíritu Santo es verdadero y nuestro Padre es verdadero. Seamos sabios en la Palabra y enfrentemos los problemas creyendo sin dudar en el poder y amor de nuestro Dios.
¡Que Dios te bendiga y abunde en ti la paz que solo Dios nos puede brindar!
Con mucho amor,
A. Lamboy
