Tema: Los que realmente son bendecidos.

Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan. (S. Lucas 11:27-28 RVR1960)

Es interesante que Jesús aclara que no es bendecido el que o la que tuvo el privilegio de traerlo al mundo, darle de comer y cuidar de Él. Que quienes son verdaderamente bendecidos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la obedecen. Hay varias cosas que me vienen a la mente mientras reflexiono acerca de este versículo.

Número uno: No solo debemos predicar y traer a Jesús a la vida de alguien, para ser verdaderamente bendecidos. O sea, no solo debemos hablar de su palabra, sino que hay que vivirla. 

Número dos: No importa dónde nacemos, quién nos ha criado y alimentado, todos podemos ser bendecidos cuando escuchamos la palabra de Dios y la obedecemos. ¡Eso es una gran noticia! No es para ricos o pobres. ¡Es para todos! 

Número tres: Me hace pensar que la bendición, no es tener casas, carros, o cosas materiales, más bien es la salvación de nuestra alma. Cuando aceptamos a Jesús, aceptamos al Dios Padre como Salvador y por ende ya somos bendecidos al tener vida. Y no así la muerte que trae el pecado por nuestra desobediencia. 

Número cuatro: Me parece que no he agradecido lo suficiente mi bendición. Lamentablemente desde muy joven probé las cosas que este mundo ofrece y mi carne por ende las desea. Así que busco en ocasiones satisfacer esos deseos, menospreciando o abusando de la gracia que Dios me dio a través de la sangre de Cristo. Es una pena que teniendo todo, siempre haya espacio para desear más y por ende no disfrutar al máximo lo ya obtenido.

Número cinco: No se trata de perfección se trata de agradecimiento. Jesús lo dio todo por nosotros y en muchas ocasiones no queremos darlo todo por Él. Sinceramente no te juzgo si así lo has hecho, porque me estaría juzgando a mí mismo. Aunque, para ser leal a la verdad te juzgo, porque en este momento me juzgo a mí mismo delante de Dios para pedir perdón. Perdón por no entregarme por completo. Perdón por desear más de lo que ya en su santa voluntad me ha regalado. Perdón porque en ocasiones me amo más a mí, que a Él. Demostrándolo cuando pongo mis deseos por encima de los de Él, o pongo los deseos de otras personas por encima de los de Él. 

Perdón por fallar, aún el Espíritu Santo diciéndome que fallaré. ¿Y sabes qué? Esto es una lucha constante entre la carne y el Espíritu. Pero bien lo dijo Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20 RVR1960) Es gracias a Jesús, que tengo un Espíritu que me alerta y me deja saber que algo no está dentro de la voluntad del Padre. 

Número seis: Es la palabra de Dios el alimento que el Espíritu utiliza para dejarnos saber que debemos arreglar algo en nuestro caminar de vida, ya sean nuestros pensamientos, emociones o nuestras acciones. Y el versículo anterior no es una tarjeta o licencia para poder pecar, más bien es una oportunidad de morir por Cristo, así como Él murió por nosotros. Todo, porque creemos en su sacrificio y resurrección. Crucificando la carne por la creencia de que así como Él venció, también nosotros venceremos junto con Él. 

Jesús venció, y si tú le entregas tu vida, también vencerás. Recuerda no se trata de perfección, se trata de agradecimiento. No se trata de conocer, también hay que obedecer. No se trata de vivir, sino de morir, para entonces vivir en Jesús. Así es como único podremos hacer la voluntad del Padre, con la ayuda de su Espíritu Santo. 

Ya lo he dicho y escrito antes, pero lo vuelvo a escribir… Yo no soy perfecto, pero desde que Jesús tocó a mi puerta y le dejé entrar, no he sido el mismo. No me quedé igual y así como todos los pecadores que tuvieron un encuentro con Jesús, así también hubo un cambio que sigue transformando mi vida hasta que me mude con Él a la mansión que tiene preparada para mí o venga por mí en su segunda entrada triunfal. Señor, aquí estaré esperando humildemente, sabiendo que no lo merezco, pero te recibo. ¡Recíbelo tú también! Si esperas a ser perfecto no le abrirás nunca. Abre tal como estés y déjalo a Él trabajar. 

Seamos bendecidos por escuchar la palabra de Dios y obedecerla. Todo lo demás llegará porque Dios nos ama. 

¡El Señor nos bendiga!

Amén!

Con amor, 

A. Lamboy

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