Ahora bien, el Señor Dios proveyó que una planta frondosa creciera allí y pronto extendió sus anchas hojas sobre la cabeza de Jonás y lo protegió del sol. Esto le trajo alivio y Jonás estuvo muy agradecido por la planta. ¡Pero Dios también proveyó un gusano! Al amanecer del día siguiente, el gusano se comió el tallo de la planta, de modo que se marchitó.
(Jonás 4:6-7 NTV)
Jonás se apartó de su propósito en Dios e hizo lo que quiso hacer. Yo también me aparté del propósito de Dios en mi vida para hacer lo que yo quería hacer. Por lo tanto, al igual que a Jonás, a mí también me tragó el pez de la desobediencia y por ende me fui al fondo del mar sin el cumplimiento del propósito que Dios quiere que haga. Digo esto porque yo iba caminando en el camino correcto y tenía muchos proyectos ministeriales hermosos. Y un día me llené de orgullo y deseos que no estaban en el mandato que Dios me había dado. Aún con la advertencia directa de Dios seguí mi propia voluntad confundida con enojo, inmadurez y justificaciones sacadas de un engañador profesional.
Lo bueno de esta historia es que al igual que con Jonás, Dios también tuvo misericordia de mí cuando me arrepentí y me perdonó. Y entiendo que todavía voy camino a “Nínive”. A dejar todo atrás y no hacer lo que quiero, sino a hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos. No importa si se trata de lograr que mis enemigos se arrepientan y Dios los salve.
Aún sabiendo que lo que hacía en cada proyecto de mi vida era producto de la misericordia y poder de Dios, dentro de mí había un poco de ego. Y pienso que me pasó igual que con la planta que Dios creó al lado de Jonás. Sí, porque Dios la creó, pero Jonás la cuidó y se encariñó con ella. Pues también yo me encariñé con todo lo que Dios creó en mí y lo que me permitió tener. Los puestos que tenía y la importancia que tenían. Me parece que quería más a la “planta” que hacer la voluntad de Dios. Sé que tenía que hacer más. Se que a través de la obediencia a Dios en su misericordia y amor Él pudo salvar el alma de muchas personas. Puede que se haya marchitado y muerto la planta, pero jamás se marchitará el amor de Dios por nosotros.
Confieso que yo salí del pez y de las profundidades del mar, pero seguía encariñado a la “planta”. Hoy quiero decirle a Dios que me importa más hacer su voluntad que la mía. Que hoy no tengo la planta, pero tengo un Espíritu que desea servirle y hacer su voluntad. Yo quiero que se cumpla su propósito en mi vida. ¡Quiero que Nínive se arrepienta y se salve!
¿Qué quieres tú?
Con amor,
A. Lamboy
